Son bastantes las personas malpensadas que atribuyen el inmaculado diseño de nuestro libro a que somos unos vagos y unos cantamañanas.
No creo que sea necesario decir que es cierto. Como bien saben los que allí estuvieron, el autor y el editor ni siquiera estuvieron en la presentación.
En cuanto al diseñador, responsable último de nuestra lacónica portada, cualquiera que lo vea por ahí se dará cuenta de que es un hombre tan holgazán que da la impresión de que hasta sus mismos huesos parecen pasar de cumplir la función de mantenerlo erguido sobre el suelo.
Esta es una editorial novata y, por tanto, presa fácil de farsantes y embaucadores. Al tratar con un diseñador es algo que hay que tener en cuenta. Nosotros nunca habíamos visto uno. Más o menos pensábamos que eran gente con tendencias homosexuales que vivía en Londres o Nueva York. Gente moderna, no sé si me explico. Si añadimos que somos anticuadamente heterosexuales y tirando a palurdos, ya tenemos el caldo de cultivo perfecto para una gran estafa.
El señor Oscar Baiges, con las viles artimañas propias del más taimado picapleitos nos quiso hacer ver que su diseño era más arriesgado y novedoso. Que el asterisco hacía referencia a la faja negra, a la nieve o puede que al silencio. No sé, no lo entendimos bien. Pero vaya, que era algo rompedor y brillante. Nuestro complejo pueblerino hizo el resto y picamos el anzuelo. Está claro que es un diseño pretencioso que nos endosó para ahorrarse trabajo.
Deberíamos haber desconfiado desde el principio de un diseñador que conocimos visiblemente bebido en un bar a las tantas de la madrugada. Pero es que no queríamos pasar por tontos.
Aclaramos, pues, unas cosillas.
Primero: contra la creencia de todos esos difamadores que tan severamente juzgan nuestro diseño, no nos decantamos por el blanco por una cuestión económica. Fue por una cuestión de ignorancia.
Segundo: dedicamos esta portada finalista a todos los que se sintieron estafados por el diseño del señor Baiges. A todos esos que aún se la cascan con la mano y añoran los tiempos en que las cosas eran como Dios manda, cuando la portada de un libro parecía la portada de un libro y las sillas parecían sillas y servían para sentarse.
Tercero: si alguien quiere un ejemplar de esta edición limitadísima puede adquirirlo. Ni que decir tiene que el precio de tal fetiche es desorbitado. Culpen a Baiges.
Por último, Ánimas amigas: